estoy sentado, si, pero no estoy.
de pronto es cuando se abre el vórtice por encima del hogar a leña,
me precipito, llego dando vueltas en el aire,
sobre mi mismo, levitando,
y así es como entro en el vórtice luminoso,
donde todo se torna sueño;
y al sumergirme amanezco en el habitáculo azul, tibio.
allí donde me aguardan las criaturas del silencio
y me abren sus manos y es cuando brotan los cipreses;
cuando alegres florecen los soles y el cristal llueve
en el universo invisible que flota.
el amor hace reir a los astronautas,
las criaturas se ríen y me abrazan,
se ríen de las palabras de este universo que miente.
las flores se encienden y salen de sus bocas,
me convidan a pasear por otros cielos
y praderas que cantan al rocío de la aurora,
pero el pasto se destiñe y se derrite el aire sobre las copas
de los árboles huecos.
en el centro, un enorme baobab me saluda,
las criaturas en ronda me señalan el camino
y a los costados, los puentes de mimbre me danzan.
dentro del baobab hay pasillos blancos.
en el primero duermen los trenes
todos los trenes que vi en mi vida, bajo este estado de conciencia
que no soy yo, sino lo que percibo.
reconozco trenes familiares, instantes que se mueven;
vuelvo a cada instante, todos juntos son este mismo,
todos son el mismo, todos son ahora.
este tren llega desde detras de la noche, lo recuerdo,
y al fin lo veo irse, y cuando vuelva será otro tren.
me veo incompleto en un viaje hacia el eter.
camino entre los carteles intermitentes de un anden oscuro;
trato de procurar entereza y olvidar la llaga noche,
que me duele y es como estar con alma desnuda,
que tirita, y siento las espinas, las heridas refulgentes.
es víspera de la fiesta patria absurda y gris,
despues llego y me duermo con esperanzas de que el tiempo se detenga.
y ese tren, lo veo, está triste, no logra conciliar el sueño;
lo reconozco por su reloj, que me dice un nombre y lo repite y nadie lo escucha,
en medio de un océano de ideas que me anestesian y se vuelven a fundir con el aire,
y yo espero y me pregunto.
el tren es rojo, corre, se agita, pero no me lleva hacia vos.
hay mendigos, la tarde solo aprendió a sangrar
pero se consuela al menos con un ramo de música,
prefiero olvidar.
hay otros trenes, grisáceos, místicos, nocturnos, heroicos,
y gente, mucha gente.
me asomo al siguiente pasillo.
veo que duermen los pájaros, todos los pájaros que vi en mi vida.
una bandada se expande desde la cima de las luces de la plaza.
se escapan hacia dinsintos puntos pero en un punto todos
se transforman en el mismo pájaro.
y hay otros pasillos blancos donde duermen todos los que fui.
en el último veo a todas las voces.
las voces de todas ellas que son la misma.
me voy en silencio para no despertarlas.
cierro suavemente los ojos y soy árbol.
Francisco Garrido, 24 de mayo de 2005
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